Estaba observando los originales retratos de Félix Vallotton cuando caí en la cuenta de que no recordaba la última vez que vi a alguien sonreir en uno, aparte, claro está, del gesto indescifrable de la Mona Lisa. Un momento después, en un acto inconsciente, mi mente me llevó al momento en el que me tomaron la última instantanea y para la que, por supuesto, me pidieron que sonriera. Lo cual me lleva a la pregunta, ¿en qué una fotografía es diferente a un retrato? ¿Qué hace que la pintura pretenda reflejar la gravedad del momento y la imagen fotográfica prefiera resaltar la euforia?
Leonardo da Vinci, La Gioconda o La Mona Lisa (detalle), 1503-1519.
Óleo sobre tabla, 77 x 53 cm. Musée du Louvre, París.
Abordemos primero cuáles son las diferencias entre ambos formatos para que podamos intentar acercarnos a una conclusión plausible. En primer lugar, hay que considerar que dentro de la fotografía hay dos tipos de retratos, los solemnes o preparados, y los meramente espontáneos o resultado de querer capturar un momento que queremos fijar, ya sea de vacaciones, con amigos, en familia, etc. Esto último, por su parte, experimentó un cambio radical con la llegada de la fotografía digital, si no, que alguien me explique cuántas veces había oído antes eso de «otra, otra», cuando su padre le tomaba una foto en la playa con la vieja cámara comprada en Canarias; pero, de nuevo, eso será materia de otro blog. Decía. De estos dos modelos, emplearemos únicamente el primer tipo para nuestra dilucidación, ya que las fotos espontáneas no son comparables al retrato pictórico por numerosas razones, por tanto, nuestras conclusiones serías fácilmente desdeñables.
Izquierda: William F. Cogswell, Abraham Lincoln (detalle), 1869. Óleo sobre lienzo, 259,7 x 167 cm. The White House Historical Association (White House Collection), Washington.
Derecha: Alexander Gardner, Fotografía de Abraham Lincoln (detalle), 5 de febrero de 1865.
Así, teniendo en cuenta únicamente los retratos de alguna manera oficiales, tanto en pintura como en fotografía, ¿cuáles son estas diferencias?La principal, como anunciábamos en el título, es que varía la posteridad de uno y otra o el concepto que se tiene de su perduración en el tiempo. Mientras que con uno suponemos que pasará a los anales, ya que tenemos retratos desde la antigüedad, con la otra no podemos estar tan seguros, porque incluso fotos recientes aunque importantes han sido extraviadas y también por la propia naturaleza no permanente del revelado y el papel de impresión. De esta manera, mientas que en las fotos pensamos, aunque sea inconscientemente, en la impresión que causará en nuestros coetáneos el gesto o mueca que adoptemos, los únicos que seguramente tengan acceso a esa imagen, y preferiremos ser vistos como alguien accesible, simpático, agradable y feliz, en el caso del retrato, en cambio, el ansia de posteridad y permanencia nos guiarán a mostrar nuestro lado más reflexivo, adusto, formal, incluso inteligente si se quiere, y no exento de un aire de superioridad por saber de nuestro paso a la eternidad en forma de pátina.
Recientemente se publicó un libro que desgranaba este sujeto aduciendo como motivos la dificultad de retratar la sonrisa sin que pareciera un gesto forzado, a causa de su naturaleza espontánea y, por tanto, dificil de mantener en un posado; la prohibición explcícita por parte de la religión de mostrar la dentadura por ser ello una falta de decoro y también, ya fuera de obligaciones morales, porque las dentaduras hasta hace bien poco no eran precisamente dignas de ser mostradas; el miedo de pasar a la historia, cuando los retratos eran escasos, mostrando un gesto ridículo y estúpido; y, por último, la intención del retratista de ofrecer una visión compleja y enigmática del personaje. Actualmente, concluye, la multiplicación de los retratos hace que seamos plasmados en infinidad de situaciones que representan la totalidad de nuestros estados de ánimo, por lo que cada vez son más los presidentes, reyes o simples mortales que son retratados con amplias sonrisas. Pero eso no evita que los retratos que pasan a la historia sean siempre aquellos que eligen el gesto serio y áspero como muestra del carácter poliédrico y reflexivo del retratado.
Gerrit Van Honthors, El violinista riendo, 1624.
Óleo sobre lienzo, 65,2 x 81,7 cm. Colección privada, Londres.
En definitiva, y siguiendo mi lógica nada ortodoxa, mi conclusión, con la que seguramente se pueda estar en desacuerdo, y mucho, es que para el retrato en pintura hace falta desembolsar una buena cantidad de tiempo y dinero que primero no hace gracia y segundo invita a imitar el momento solemne del acto en el gesto adoptado. Mientras tanto, para la fotografía: primero nos obligan a sonreir, segundo, son miles de ellas las que tendremos a lo largo de la vida, tercero, reflejan momentos de jovialidad o exceso ―a no ser que tengamos un amigo fotógrafo el 99% de nuestras fotos serán iguales o muy parecidas, de hecho, yo no creo tener una foto en una biblioteca, en la universidad o en un trabajo, lugares donde he pasado la mayor parte de mi vida―, y, cuarto y último, no pensamos en la posteridad cuando nos la hacen. En consecuencia, en las fotos parecemos bobos y sumisos mientras que en los retratos pareceremos inteligentes y en control de la situación. Yo, personalmente, voy a empezar a ahorrar para mi retrato al óleo desde ya.
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www.felix-vallotton.com/